Sacados de atrás del rebaño – P. Felipe Herrera
Desde sus orígenes la Iglesia usó la figura del pastor para identificar a Jesús, quien, de hecho, se refirió a sí mismo como “el Buen Pastor que da la vida por sus ovejas” (Jn 10). Esta imagen evoca una serie de actitudes y afectos de Dios, y revela sobre todo la desproporción del amor que El manifestó por nosotros al venir a rescatarnos. ¿Quién podría pensar que es lógico que un pastor muera por salvar una de las muchas ovejas de su rebaño? ¿Cómo se puede entender que la vida de un pastor valga más que aquella de un animal bajo su cuidado?
Ese desequilibrio que nos parece irracional según nuestra lógica humana solo adquiere sentido a la luz del amor infinito de Dios. Sí, nosotros, creaturas pecadoras, hemos sido amadas hasta el extremo por un Dios que nos ha querido reconciliar con Él. Como canta el Pregón Pascual con que se anuncia la Resurrección de Cristo, Dios ha salvado al esclavo entregando a su propio Hijo, y en Él, como si fuera poco, nos ha hecho hijos suyos.
Como todos los años, el cuarto domingo de Pascua, recientemente celebrado, nos ha invitado a meditar en torno a esta figura de Jesús, Buen Pastor, exhortando a la comunidad eclesial a orar por las vocaciones a la vida sacerdotal. El desafío que enfrentamos quienes hemos sido llamados al sacerdocio tiene como KPI principal el amor hasta el extremo manifestado por el Buen Pastor. Este indicador es un ideal al que solo podemos aspirar sabiéndonos del todo frágiles y, al mismo tiempo, sostenidos por la gracia de quien nos ha invitado a partir el pan en su nombre. También recordando que, como David, hemos sido sacados de atrás del rebaño y, por ende, seguimos siendo ovejas (muchas veces perdidas) que tenemos necesidad de ser cuidadas y apacentadas por las mismas personas que nos toca liderar.
El ministerio sacerdotal es un servicio que hombres heridos y limitados ofrecemos a quienes buscan encontrarse sinceramente con Jesús. No es una prestación a pago, sino un don gratuito que Dios regala a la humanidad por medio de su Iglesia. Por eso, para ejercerlo del mejor modo posible, necesitamos el apoyo de la comunidad, su oración, su cariño fraterno y su lealtad.