25 Ene 2023

La subversión de la misericordia – P. Felipe Herrera

En los tiempos que corren basta una ojeada rápida a los medios de comunicación y a las redes digitales para constatar el altísimo nivel de crispación que hiere nuestra vida social y política. Lejos de cultivar diálogos que contribuyan a soluciones eficaces para los problemas que nos aquejan, una buena porción de actores sociales han devenido en emisores irreflexivos e incontenibles de monólogos llenos de agresividad. Así, movidos por la férrea voluntad de imponer su propia opinión sobre cualquier asunto, descalifican sin piedad a quienes no piensan como ellos. Parece que en la arena social ya no hubiese interlocutores, sino enemigos a los que humillar, anular y hacer desaparecer de la vida pública. Es la llamada cultura de la cancelación, manifestada en crudos espirales de violencia verbal que, como vemos a diario, suele pasar de las palabras a las manos.

Pero el evangelio que profesamos y que queremos testimoniar como cristianos es siempre buena noticia. Por eso, sería inconsecuente perder la esperanza que nos regala Cristo y reducir nuestra mirada de la realidad solo a estos dramas de la convivencia social, tan ciertos como contundentes, pero no por ello definitivos ni irreversibles. El horizonte existencial es mucho más amplio, y es en este cruce de nuestra fe viva con la realidad dolorosa donde las bienaventuranzas emergen como un grito en medio del desierto. Ellas nos proponen, entre otras actitudes, el ejercicio de la misericordia como un acto de total subversión ante la agresividad: “Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia”.

En una cultura donde la agresión y la falta de respeto por el hermano se ha hecho la costumbre, el modo y el signo del poder, la misericordia aparece como el acto más revolucionario que podemos ejercer por el bien de la comunidad. No es nada fácil, sin duda, porque puede implicar una renuncia a responder a una provocación primera, seguramente injusta. Por eso, debemos mirar a Jesús que nos lo pide, e imitarlo a Él, que nos amó primero y que destruyó la enemistad en su propia persona muriendo en la cruz. Su gracia será imprescindible, porque sin Él no podemos hacer nada, menos aún abrirnos a perdonar a quienes nos han herido y nos hieren en nuestras familias, comunidades y en nuestra nación.

En este desafío de vivir las bienaventuranzas siendo misericordiosos con los demás nos ayudará mucho comprender que la misericordia originaria es ese estremecimiento de las entrañas de Dios que se conmueve ante nuestra miseria, nuestro pecado, nuestra debilidad, nuestras bajezas. Él, en lugar de aniquilarnos, elige salir a buscarnos para hacernos gozar una vez más de su amor y de su paz. Dejémonos tocar nosotros también por las miserias de nuestros hermanos y, con el auxilio de la gracia, acojámoslas en nuestro corazones, rompiendo también en nosotros la enemistad que hoy nos separa a unos de otros.

Como cristianos estamos urgidos por la caridad a dar el primer paso de misericordia que permita romper este círculo vicioso de la violencia y la división. No hay otro camino para cambiar la sociedad y renovar la faz de la tierra. ¿Nos sumamos, entonces, a la revolución del amor fraterno y a la subversión de la misericordia? Usted decida.