07 Oct 2019

Finanzas Bajo la Lupa – Francisco Jiménez

Durante mi vida profesional he participado en distintas empresas, rubros y mercados; empresas con perfiles más productivos y otras de corte comercial. En todo este tiempo, y siguiendo los ciclos económicos, así como el desarrollo de cada negocio, me he vinculado con el sector financiero. Ellos han sido proveedores de servicios y de recursos que me han servido para financiar empresas y proyectos, para administrar excedentes y otros múltiples e innovadores servicios necesarios para el desarrollo de los negocios.

En paralelo, mi vida personal y familiar –como seguramente será su caso también– ha estado relacionada con el sector financiero. Esta parte de mi historia es la que se escribe en “primera persona”, pues es la historia de la relación con “mi banco”, con “mi AFP” o “mi compañía de seguros”, u otras empresas del cada vez más sofisticado y omnipresente sistema financiero.

Pertenezco a la “Generación X” (los nacidos entre 1961 y 1979 aproximadamente) y, como tal, he sido testigo y actor de muchos cambios en la relación cliente-proveedor, de modo especial en la industria financiera. Es muy probable que sólo los de mi generación entiendan que cuando conseguí mi primera cuenta corriente hubo una celebración. En esa época, conocer a tu ejecutivo o ejecutiva de cuentas era fundamental. Hoy es perfectamente probable –incluso deseable– que no la conozcas; es casi una señal de que las cosas andan bien.

Se da la paradoja de que, siendo la financiera una industria compleja, sofisticada y difícil de entender, permea todos los niveles de la economía y está detrás de los bienes y servicios más elementales, que damos por supuestos y nos parecen casi invisibles. Por lo mismo, es también una industria a la que se le exige ser cada vez más transparente, accesible y competitiva, es decir, una industria más transparente y empática a la hora de dar a conocer el funcionamiento de sus procesos y productos a sus clientes.

Algunas críticas que se le hacen parecen justificadas: posición dominante y asimetrías de información que ponen al cliente frente a la obligación de adherir a contratos difíciles de entender; la captura del cliente y la falta de movilidad; exceso de cargos y comisiones provenientes de productos o servicios de utilidad cuestionable. Tal vez, por eso mismo, las encuestas muestran malestar y desconfianza de los clientes hacia el sector financiero. Pero pareciera ser que sólo son noticia los casos donde han existido abusos o comportamientos contrarios a la ética, olvidando los enormes beneficios y posibilidades derivados de contar con un sector financiero consolidado, en general bien regulado y solvente.

Todo esto es reflejo de que hoy se necesita una regulación que profundice la competencia, como lo que se pretende con el proyecto de ley de portabilidad financiera del actual Gobierno. Además, hay que seguir avanzando en la obligación de dar información clara y comprensible a los clientes, que facilite la comprensión del funcionamiento de la industria, y la relación entre el cliente y el proveedor de estos servicios. Por su parte, la industria debe anticiparse y autorregularse en materias nuevas, que preocupan a los consumidores, y donde las normas llegan necesariamente tarde.

Esto ayudará a que los usuarios perciban mejor cómo esta industria aporta al bien común, facilitando el acceso a mejores condiciones de vida, educación, vivienda, tiempo libre, cultura, a miles de chilenos. No se concibe un Chile desarrollado sin un sector financiero dinámico, competitivo e innovador que apoye y posibilite el progreso de las familias y el emprendimiento para las empresas de todo tamaño.

En USEC hemos puesto las finanzas bajo la lupa. Este es el título del seminario que organizaremos este año, en el cual queremos observar el importante rol del sector financiero para nuestra vida económica, laboral, productiva y familiar. Nuestra propuesta de orientar a las empresas al  bien común encuentra desafíos formidables cuando se aplica al ámbito de las finanzas, pues las nuevas tendencias en materias de comunicación, digitalización, economía colaborativa y otras son casi una obligación de supervivencia para cualquier empresa o emprendimiento que quiera relacionarse con los nuevos clientes. Se trata de ese ciudadano cada vez más empoderado, con poca paciencia, ávido de transparencia y sostenibilidad sin que por eso quieran renunciar a los beneficios de una economía libre, competitiva y abierta.

Publicado en El Líbero, domingo 6 de octubre de 2019.