12 Jul 2021

El trabajo: la mayor transformación social – Francisco Jiménez

En mi última columna me referí a la empresa como un actor relevante de transformación social positiva, cuando esta se gestiona colocando a la persona en el centro y buscando el bien de todos los stakeholders, “mejorar la vida material, cultural y espiritual de las personas que se relacionan con ella y de la sociedad como un todo”. Varios me preguntaron, ¿cómo se logra orientar a la empresa hacia esa transformación social y generación de bien común? Me parece que lo más importante es perseguir dentro del modelo de negocios acciones de transformación social, de impacto y medibles. Sin embargo, no todas las acciones están en el mismo plano de importancia y, en mi criterio, el trabajo debe ser la primera y más importante de todas, por cuanto incide directamente en la calidad de vida de las personas y sus familias, cuando estas tienen trabajo o no.

Esta semana se conoció el doloroso resultado de la encuesta CASEN, que si bien era esperable en la tendencia y que pudo ser peor de no ser por las ayudas del Gobierno, refleja el impacto feroz de la pandemia y sus consecuencias económicas por la pérdida de empleos. La pobreza extrema afecta ahora a 831.232 personas y la pobreza no extrema a 1.280.953 personas. Ambas totalizan un 10,8% de la población total. Nadie puede quedar indiferente y les pido que tomen un tiempo en releer estas cifras que son personas.

Esta semana también hemos sido testigos de la instalación de la convención constituyente y de dimes y diretes de los candidatos presidenciales, todos en su mundo propio y en representación de su “colectivo”. Muy bien por la democracia. No obstante, leyendo algunas propuestas y declaraciones, parece que no se le ha tomado el peso al enorme desafío que significa retomar la tendencia de disminución sostenida de la pobreza. Ya sea la nueva Constitución o el próximo gobierno no tendrán tema más urgente que resolver que propiciar e impulsar las condiciones que permitan la recuperación de los empleos y no de cualquier tipo, sino empleos formales que garanticen la dignidad de quienes los desempeñen, incluida la opción de emprendimiento, y con focalización del esfuerzo estatal en los sectores más vulnerables. Una buena noticia en esta línea es la formación por parte del Gobierno de una comisión de expertos enfocada en la recuperación de empleos.

Para hacer el desafío aún mayor, es interesante estudiar el ejemplo del sector comercio, adaptado rápidamente a las nuevas tecnologías y a la cultura de compra en línea, que ya está recuperando los niveles de ingreso pre pandemia. Sin embargo, lo hace con 246.000 puestos de trabajo menos, a mayo de este año. Este aumento de productividad que es positivo para la economía y que seguramente se mantendrá, implica la reubicación y probable reconversión de esas personas, pero por sobre todo da cuenta de cambios estructurales que deben estar considerados en la planificación de la solución.

El Estado debe poner todos sus esfuerzos en la rápida ocupación de los desempleados, fomentando el emprendimiento, colaborando activamente con las Pymes y facilitando la actividad económica hacia un crecimiento sostenido. Por su parte, quienes estamos en el mundo empresarial y emprendedor, contribuiremos con la inversión e innovación necesarios para generar el círculo virtuoso del crecimiento, más y mejor empleo, y generación de bien común. El trabajo es la mejor política social y el mejor camino para derrotar a la pobreza.

Desde USEC y con la mirada del humanismo cristiano, entendemos la importancia social del buen trabajo más allá de su carácter productivo, por ser una instancia privilegiada de realización y florecimiento que dignifica a la persona humana, que fruto de su propio esfuerzo y creatividad, le permite alcanzar una mejor calidad de vida, propia y para su entorno cercano.

La tarea está clara, a cada uno lo que le corresponda, pero todos alineados por el mismo objetivo.

Publicación: Domingo 11 de julio de 2021, en El Líbero.