Del wokismo al rol público de la empresa – Enrique Cruz
Con el triunfo de Donald Trump en Estados Unidos, la era woke pareciera entrar a una nueva etapa, tal vez, “terminal”. En los últimos meses, muchas empresas que apostaron por el wokismo, adoptando políticas de “inclusión y diversidad” para alinearse con las demandas sociales contemporáneas, han comenzado a dejar esta tendencia político-cultural.
“No nos guiaremos por ninguna agenda”. Ésas fueron las palabras del CEO de Disney, Bob Iger, para anunciar el fin al “activismo político” y la inclusión de temas woke en sus producciones, que, además, le han significado pérdidas millonarias. Grandes compañías estadounidenses, como Walmart, Ford, Harley Davidson, JP Morgan y Amazon también han anunciado el fin de sus políticas “pro diversidad”.
La lucha político-cultural entre el wokismo progresista, por un lado, y las ideas “libertarias” y “conservadoras” en auge, ha generado una nueva fase polarizante donde, como siempre, los excesos y extremos son perniciosos, generando reacciones que pueden ser igual o más dañinas, ya que se alimenta de la rabia y frustración de las personas hacia y desde el wokismo.
La llamada ideología woke ha generado una visión del mundo que ha buscado deconstruir los valores tradicionales en los cuales se han construido las sociedades contemporáneas. Evolucionó desde una demanda por derechos civiles, sexuales y de las minorías, a una agenda con influencia en la educación, la salud, la cultura, la familia, la empresa, y prácticamente en todas las estructuras institucionales de nuestra vida cotidiana, imponiendo su marco ideológico y político muchas veces disfrazado de “dignidad” y “solidaridad”.
Así, si los libertarios critican la deriva autoritaria del “wokismo” -la llamada cultura de cancelación-, estos también promueven una economía libre sin justicia social, olvidando que ésta es clave para la construcción de una sociedad más humana.
La humanización de la empresa y de la sociedad es una tarea en la que hemos estado abocados decenas de años, buscando poner a la persona en el centro de nuestras decisiones y relevando el rol público de los empresarios, porque la empresa también tiene que hacerse parte de la solución de los problemas de la sociedad, aun cuando estos no tengan directa relación con el producto o servicio que ofrecen.
La empresa es quien tiene más conocimiento y cercanía acerca de los problemas y anhelos de su personal y por tanto tiene un rol ineludible, sin necesidad de esperar las políticas públicas de un Estado que está más lejos de los problemas y que es mucho más lento.
Cuando una empresa pone a la persona en el centro y busca escuchar, conocer y en cierta medida resolver algunas de las necesidades de sus trabajadores, no sólo está cumpliendo un rol social, sino que está generando las condiciones para que todos los indicadores de producción mejoren y aumenten la confianza y el compromiso, todo lo cual es fundamental para el éxito.
Algunas empresas lo han descubierto sin caer en la llamada cultura woke y sin volver al capitalismo puro, que no sigue los valores del pensamiento social cristiano. El Cristianismo promueve una cultura del encuentro. Por eso, las empresas gestionadas desde los principios sociales del Cristianismo no están ajenas a los problemas y desafíos de nuestro país. Al revés, están obligadas a cumplir su rol público e ir al encuentro de esos dolores sociales para aportar a la solución con la innovación, eficiencia y creatividad que caracteriza a la empresa.
Columna publicada el domingo 16 de febrero de 2025 en El Líbero.