Eduardo Aninat: “Lo que le falta a Chile: Articular mejor la casa”
“El lenguaje de incerteza tensionante con el que se nos interpela hoy en la Casa de Chile conduce a que la ciudadanía no sepa bien a qué atenerse…”
En estos tiempos se habla de crispación ambiente, conflictos, incertidumbre al alza y diversas tensiones en la vida diaria nacional. Estas manifestaciones solo parecen acallarse -de manera transitoria- ante algún triunfo futbolístico nacional y frente al flagelo de fatalidades climáticas. Algún visitante de lejana latitud afirmaría ante el cuadro: “Qué país más extraño”.
Sostengo que parte de los males descritos viene de un conjunto de causas que hoy se conjugan de forma compleja y extraña bajo un agitado entramado. Lo más visible es constatar una debilidad, cada vez más marcada, en los estilos comunicacionales de varios sectores del liderazgo nacional: los políticos, los dirigentes gremiales, los grupos intelectuales.
Al máximo nivel político y representativo de nuestro liderazgo como país, destaca y reverbera el lenguaje “zigzag” contenido en la máxima “realismo sin renuncia”. A ese golpe lingüístico le sucedieron fraseologías ambiguas y varias trincheras divisorias en lo que hoy se denomina la lucha entre “realistas” y “radicalizados”. No lo hace tanto mejor el coro de dirigencias gremiales que proclama favor por un modelo de “gradualismo y pausa”: ¿Alguien puede concretar en qué exactamente deviene ese modelo?
Me parece que en amplios sectores de la dirigencia política superior los lenguajes usados carecen de precisión; no hay una declinación verbal coherente, no se exige priorización. En síntesis, ninguno de esos nuevos estilos y modelos de relacionamiento son capaces de enunciar objetivos concretos en clave ciudadana.
Podemos agregar otras expresiones en tono de ambigüedad y de oportunismo. Como cuando el dirigente del partido más extremo de la Nueva Mayoría afirmaba: “Estamos en el Gobierno y también en la calle: así están las cosas”, marcando estilo bajo el dualismo amenazador y maximalista que hoy se usa.
Varias otras oraciones de moda y eslóganes celebrados entre señores parlamentarios y entre dirigentes sindicales apuntan hacia una verborrea similar: ambigüedad , imprecisión intencionada, y una irracional falta de declinación del sentido real de las proposiciones que se enuncian.
El lenguaje de incerteza tensionante con el que se nos interpela hoy en la Casa de Chile conduce a que la ciudadanía no sepa bien a qué atenerse. Habitamos entre un cúmulo creciente de ciudadanos confundidos en relación con el para dónde se encaminan las cosas. ¿Lo sabrán siquiera en la dirigencia política superior?
En el ámbito intelectual, sesudos analistas academicistas están echando mano a la añeja lucha de las ideas entre los sectores “modernistas autocomplacientes”, y “progresistas autoflagelantes”. La disputa en referencia corresponde al uso y abuso de una fraseología engolada de tono sociológico que nos resulta hoy majadera. Ella en el fondo alude, con formas de representación pública complicadas y vistosas, a nada más y nada menos que una verdad evidente por sí misma. El hecho cierto es como sigue:
Que siendo macizo y comprobado, el que la Casa de Chile avanzó muchísimo en estas tres décadas, al mismo tiempo es cierto que aún queda muchísimo por progresar, particularmente en el tema social.
A mi particular entender, pareciera ser que a parte de nuestra dirigencia “académico intelectual” le cuesta bastante el ser capaz de articular de forma simultánea dos proposiciones que son -cada una- de igual validez: que estamos mejor, pero que nos falta mucho.
El que se dedique a disecar los términos de lenguaje y la simbología que hoy se expresan en la carrera auditiva y visual de los medios de comunicación y de las redes sociales no puede menos que sorprenderse. Hay una verdadera conjunción de expresiones que revelan aspectos preocupantes. Las medias-frases, los epítetos sueltos, los balbuceos y las expresiones soeces se expresan y difunden a diario por noticieros y redes digitales. Es una cascada superpuesta de formas de expresión que se sacuden, y que se enredan entre sí como en una madeja de hilado sin fin.
En las noticias deportivas, policiales, accidentes de tránsito, denuncias ciudadanas y conflictos, reina a diario un alud de vocablos y frases tensionadas. Revela ansiedad, enojo, frustraciones, junto a la atolondrada necesidad de expresarse frente a micrófonos en cada tiempo.
A la muy positiva oportunidad de poder expresarse se une, sin embargo, la compañía de una falta de reflexión en la coherencia y las consecuencias de lo que allí se dice. Se dispara para todos lados y de la manera más rápida y atolondrada.
Es posible que después de un análisis sereno un observador crítico de este diálogo acelerado concluya que “no es lo que se dice” el tema focal, sino que más bien “lo que alguien dice que otro dijo, y según le contaron”. Fea y débil manera de relacionarse unos con otros.
Parece ser que la sucesión de fenómenos climatológicos y el cúmulo de tensiones gestadas nos ha provocado un cierto “mal hablar”, en diversidad de áreas: la política, económica-social, las redes, y la vida en ciudad. Llega el tiempo de volver a la escuela cívica, y ponerse a la sombra de algún filósofo lingüista que nos sacuda el lenguaje cotidiano y nuestra forma de expresar ideas.
A saber, como moraleja lectiva:
Pida la palabra antes de interpelar; cuando la tenga, tómese un tiempo para articular con claridad su opinión; y no cierre sus oídos ni distraiga el cerebro cuando, con el respeto debido, reciba respuesta.
Bajando la ansiedad y el afán febril por visibilidad -a pesar del estilo que nos impone la modernidad- podemos terminar con los abusos de lenguaje. Evitando un vocabulario vacilante e impreciso, crecientemente procaz en su torpe ambigüedad.
Fuente: El Mercurio, sábado 15 de agosto de 2015.
Imagen: Emol.com