David Gallagher: Cuidando nuestros cerebros
“Sería lamentable una fuga de cerebros encima de la intensa fuga de capitales que ya se está dando, y que es reflejada en el alto precio del dólar…”
Un área en que deberíamos avanzar para levantar la alicaída economía es en capital humano.
Podríamos comenzar aumentando nuestra magra fuerza laboral. En Chile, la participación femenina en la fuerza laboral es de solo el 49 por ciento, lo que es 10 puntos menos que el promedio de América Latina, para qué hablar de la OCDE. Y en el quintil más pobre, que es donde los hogares más necesitan que se multipliquen sus fuentes de ingreso, es de un exiguo 28 por ciento. Hace dos semanas el Economist calculó que el PIB chileno podría crecer en unos 18 puntos si trabajaran tantas mujeres como hombres. Algo similar pasa con los jóvenes. En fin, con un mercado laboral más adaptable seríamos un país mucho más próspero y menos desigual. Felizmente la batalla la está dando la sociedad civil a través de fundaciones como Chile Mujeres. Pero es cuesta arriba en un país en que la agenda laboral la pone la CUT.
Para tener una economía más centrada en el conocimiento, necesitamos también contar con más ciudadanos ultracalificados. Allí estamos pésimo. En la prueba PISA 2012, solo un 1,6 por ciento de nuestros alumnos mostró alto rendimiento en matemáticas, frente a un 30,9 por ciento en Corea, país que por algo es capaz de producir una empresa como Samsung; y un alarmante 51,5 por ciento estaban entre los de peor rendimiento, frente a un 9,1 por ciento en Corea.
No hace falta decir que para mejorar estas cifras necesitamos invertir fuertemente en educación de calidad. Desgraciadamente, el inmenso esfuerzo recaudatorio que se hace actualmente va para financiar otras prioridades educativas. Pero aun si invirtiéramos algún día en calidad, los efectos positivos tardarían. Para acelerarlos, convendría tener una política de inmigración que atrajera a grandes cerebros del exterior.
Algunos extranjeros de alto vuelo han llegado igual al país a través de nuestra historia, pero con una política de inmigración coherente, serían muchos más. Los que llegaron lo hicieron porque veían en Chile un país dinámico, con buen clima, y una excelente calidad de vida. Pero por primera vez en muchas décadas, hay riesgo de que eso cambie; de que extranjeros jóvenes ultracapacitados que han venido estos últimos años se desilusionen y decidan irse.
Las razones no deberían sorprendernos. Por un lado la delincuencia, el esmog, y la percepción de que se ha disparado el riesgo país. Pero más aún, un tema que afecta directamente al bolsillo: el temor de que Chile se convierta en un país de impuestos demasiado altos. Hace poco se pensaba que la tasa máxima de impuesto a las personas iba a bajar a 35 por ciento, pero ahora parece que va a subir a 44,5 por ciento, y sin las múltiples deducciones que hay en otros países. Esa es una tasa prohibitiva en un país en que los profesionales pagan su propia AFP y su propio seguro médico, y donde los servicios ofrecidos por el Estado son pobrísimos. ¿Por qué no vivir en Nueva Zelanda, país mucho más igualitario e inclusivo, con menos delincuencia, donde el éxito, en vez de provocar envidia, es alabado, donde el Estado es un proveedor eficientísimo de servicios, y donde las empresas pagan el 28 y las personas un máximo de 33 por ciento, con impuesto a la herencia de cero? ¿O en el Perú, donde la tasa personal máxima es del 28 por ciento, bajando a 26 en 2019, y donde el impuesto a la herencia también es de cero?
Son preguntas que se van a hacer cada vez más no solo los extranjeros, sino también algunos jóvenes profesionales chilenos, que hasta ahora siempre habían optado por volver al país después de sus estudios en el exterior. Sería lamentable una fuga de cerebros encima de la intensa fuga de capitales que ya se está dando, y que es reflejada en el alto precio del dólar.
Publicación: El Mercurio, viernes 4 de septiembre de 2015.