09 Dic 2022

La vida como un don para compartir – P. Osvaldo Fernández de Castro

Lo que celebra el dogma de la Inmaculada es que María, junto con ser preservada de todo pecado desde el momento de su concepción, vive su vida en plena sintonía con el plan original de Dios sobre el hombre y el mundo. Es decir, en ella se da esa armonía original del hombre con Dios, de los hombres entre sí y del hombre con la naturaleza. Todo esto es lo que rompe el pecado que encontramos en el relato de la caída de Adán y Eva. 

María es la que recibe con total disposición la gracia de Dios para amar y servir al prójimo. Por eso en el evangelio se la llama “llena de gracia” y “sierva del Señor”. Esta condición de María inmaculada nos revela el sentido último de nuestra vida: amar y servir. La propuesta de Dios sobre el hombre y el mundo, esa armonía original, esa convivencia fraterna, esa realización de la vida humana en el amor y el servicio es lo que nos enseña la fiesta de la Inmaculada Concepción.

El momento presente requiere que cada uno descubra lo que le es más propio y lo ponga al servicio de todos. Toda la energía que gastamos en criticar, juzgar y atacar no resuelve nada. Por el contrario, hoy podemos sacar “la mejor versión de nosotros mismos”, contribuyendo a restaurar las confianzas, haciendo un esfuerzo por encontrarnos, escucharnos y caminar juntos. Nos necesitamos unos a otros no sólo para progresar como sociedad, sino para ser felices. Es tiempo de recuperar la armonía original destruida por el pecado.

La fiesta de la Inmaculada es una invitación a recuperar la armonía perdida en nuestra convivencia, armonía que tiene que ver con recuperar “el sentido de Dios” para así recuperar la “relación fraterna” entre nosotros. Y para esto queremos partir por recuperarnos a nosotros mismos, reconociendo mi vida como un don especial que pongo al servicio de todos.