El legado empresarial de Francisco – Enrique Cruz
Las últimas semanas han sido movidas para los millones de fieles de la Iglesia Católica. La muerte y el funeral del Papa Francisco, luego el cónclave y la elección de León XIV, el segundo pontífice americano. Francisco nos legó grandes enseñanzas para el mundo de la empresa, particularmente con dos encíclicas que recuerdan el cuidado de la casa común, y la fraternidad y la amistad social, escritas en medio de la crisis ambiental (2015) y la pandemia del coronavirus (2020). En éstos y otros documentos promovió lo que él llamaba “la noble vocación empresarial”.
¿Qué significa en concreto que la actividad empresarial sea una noble vocación? Para Francisco es la que se ejerce pensando en atender las necesidades de la sociedad y poniendo a la persona humana y el bien común en el centro. Pese a lo que muchos piensan, el Papa Francisco no era ni “socialista ni “antiempresa”. Al contrario, enseñaba que la empresa es un importante motor de desarrollo y responsable del progreso de los países.
Nada puede cambiar más la vida de las personas que un buen trabajo. El Papa varias veces llamó a los empresarios a ofrecer puestos de trabajo dignos, esos que reconocen al trabajador como persona, generando ambientes basados en el respeto y en el encuentro con los demás. Francisco quería empresarios que vean el trabajo como una oportunidad para servir a otros, que se interesen en el desarrollo integral de los trabajadores, que los conozcan y compartan sus sueños, que abran espacios para que todos puedan desplegar sus talentos y se sientan comprometidos con el éxito de la empresa y con el aporte a la sociedad.
Así como invitó a que los sacerdotes y obispos tuvieran “olor a oveja”, en el sentido de salir a las periferias y tener un contacto estrecho con las personas, especialmente con quienes más sufren, también llamó a que los empresarios tengan “olor a trabajo”. A través del contacto con los trabajadores de todos los niveles, visitando las plantas, los campos, las obras de construcción y las oficinas. El especulador no puede vivir esto, pero el empresario que se interesa por sus trabajadores construye un legado trascendente, una empresa feliz a pesar de la exigencia y una sociedad con más paz. La noble vocación empresarial es más que dar un trabajo y pagar un sueldo, es interesarse por el otro, es crecer juntos, es comprometernos juntos, es entregarse juntos.
Es también jugar un rol público buscando desde la empresa, resolviendo los problemas del mundo y generando cohesión social. Es un llamado a poner la creatividad, la innovación y las competencias propias del empresario para encontrar las soluciones más eficientes a los grandes problemas de la sociedad. Es complementar la tarea de los Estados, saliendo del espacio propio y conectar con la comunidad.
Trabajar hoy con personas es más complejo que en el pasado, porque requiere de líderes que entiendan todas las dimensiones del ser humano y que puedan incorporar en su función de producción variables nuevas. Sin embargo, no hay duda de que los resultados pueden ser asombrosamente distintos, porque la capacidad humana está muy alineada a las condiciones que resultan de un ambiente de confianza que motiva un compromiso y una entrega personal de los trabajadores capaz de disparar la productividad y facilitar el éxito de la empresa. Cuando una empresa opta por vivir la noble vocación, no sólo cumple con su deber cristiano, sino que empieza a transitar por un camino muy estratégico para su propio éxito.
No conocemos el pensamiento del Papa León, pero ya nos ha adelantado que su nombre se debe al padre de la doctrina social de la Iglesia. Esperamos que profundice estas grandes enseñanzas de Francisco, tan necesarias para el mundo de hoy, y siga exhortando a los hombres y mujeres de empresa a gestionar sus organizaciones con olor a oveja y a trabajo, reconstruyendo las confianzas, necesarias en esta nueva revolución.
Columna publicada el domingo 18 de mayo de 2025 en El Líbero.